Neuroarquitectura

Que estamos en un entorno cada vez más global y complejo ha sido una realidad evidente durante estos últimos meses. Hemos visto cómo el virus de la COVID-19 se ha esparcido por todo el mundo alterando la actividad de todos los sectores y llegando a paralizar alguno de ellos. A la complejidad también le hemos de añadir la multidisciplinariedad que hemos necesitado, para poder hacer frente a la pandemia. Para ello ha sido necesario la conjunción, con más o menos acierto de políticos, investigadores, legisladores y sanitarios.

Entre los muchos artículos publicados que hacían referencia al bienestar de las personas, captó mi atención la mención a una nueva disciplina que desconocía por completo. El texto hacía referencia a la neuroarquitectura. Respecto a esta disciplina explicaban que es una rama de la arquitectura en la que se trabaja mano a mano con científicos, para entender de forma objetiva cómo el entorno modifica nuestras emociones. Con ella se busca construir espacios que mejoren el bienestar de las personas, incluidas sus viviendas, los centros de trabajo o los de ocio, entre otros. En realidad, puede decirse que la neuroarquitectura, tal y como la conocemos ahora, nació hace aproximadamente 25 años. Esta se inspiró en la neuroplasticidad del cerebro.

En entornos disruptivos como los actuales, la complementariedad de ciencias facilita soluciones a respuestas que de otra manera no serían imaginables. La capacidad de colaborar en vez de interferir, de unificar y no disociar, nos permite al sector de la vivienda poder formular respuestas diferentes a cuestiones actuales.

Bienvenida la neuroarquitectura y a todas aquellas fuentes de conocimiento que quieran poder aportar conocimiento y ciencia al mercado de la vivienda. Este sector necesita dar respuesta a la necesidad de tener un espacio acogedor y confortable para poder desarrollar los proyectos vitales de las personas.